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Juan Germano en La Nación – 23/07/2017
Del pueblo en la plaza al vecino en la selfie. ¿A quién le hablan los políticos?
Por: Raquel San Martín
En una campaña electoral minimalista, el destinatario también se reduce: “vos”. ¿Qué riesgos tiene hacer política en singular mientras la sociedad multiplica sus formas de hacerse oír?
En esta campaña electoral, el péndulo político argentino quedó del lado del minimalismo. Con sus diferencias, la mayor parte de las fuerzas en la contienda van confluyendo en un estilo similar: actos reducidos, discursos breves, épica de corto plazo, historias de vida de gente común. Sin embargo, decir que la oposición tuvo que rendirse a copiar el exitoso modelo duranbarbista de comunicación Pro, o que Cambiemos insiste con una estética y un discurso “de la alegría”, superficial e insensible, puede significar que sólo se está mirando una parte de la escena. Como lo sería pensar que hablar de “solucionar los problemas de la gente” es desideologizar la cuestión.
Escuchar a los vecinos, mate en mano, casa por casa, o hacer propios los reclamos de los más desprotegidos sobre un escenario puede rendir electoralmente en el corto plazo, pero es riesgoso: nadie puede cumplir 43 millones de promesas ni mostrar cambios de fondo en pocos meses, porque las demandas individuales suelen ser, además, contradictorias, o pasar por alto aquello del derecho de uno y el derecho del otro. Justamente lo que la política debe equilibrar.
Se sabe: las palabras producen hechos y a la vez responden a ellos. Algo así parece estar sugiriendo el uso de la “gente” como destinataria del discurso político contemporáneo. “Pueblo y ciudadanía se construyeron en tensión en el discurso político argentino. La ciudadanía como sujeto político colectivo definido a partir de sus derechos y obligaciones, típica interpelación radical. El pueblo, definido a partir de sus irrupciones históricas, en lucha contra la oligarquía, típico discurso nacional y popular peronista -describe Luis Tonelli, politólogo, profesor titular y ex director de la carrera de Ciencia Política de la UBA-. Por el contrario, la “gente”, más que un sujeto político, es un sujeto sociológico y de la sociedad de la hipercomunicación. Es un agregado individual, atomizado y reunido por la tecnología, que es disputado por la política, por los medios y por los formadores de opinión. Un sujeto que, más que la ideología, abraza la ?indignación’ como estado político-antipolítico.”
El pueblo no existe
La sociedad puede entonces leerse como un agregado de lealtades y agrupaciones fluctuantes, que se organizan, asocian y desasocian -muchas veces vía redes sociales- en torno a demandas concretas. ¿Cómo hablan los políticos a esta sociedad atomizada, con horizontes singulares de expectativas, exigente y volátil? En La política en el siglo XXI, el best seller escrito por Jaime Durán Barba y Santiago Nieto, el consultor estrella de Pro expone una visión que sólo deja a salvo a su gremio: los políticos, dice, son a menudo los menos indicados para tomar decisiones, entender a su tiempo y a “la gente”, que sería un conjunto de sentidos comunes básicos, hartos de la política, poco manipulables pero no por astutos sino por desinteresados: sólo están atentos a satisfacer sus deseos individuales e inmediatos. El auxilio, dice Durán Barba, está en el “método científico”, es decir, toda la tecnología de encuestas y datos que auscultan la sociedad.
“En las campañas electorales, en la Argentina y más en el mundo, la tendencia es la personalización. En EE.UU. o Inglaterra, por ejemplo, los partidos políticos tienen acceso a mucha información por los cruces de bases de datos. Conocen consumos culturales, compras, hábitos y las campañas realmente se pueden hacer a medida. Si antes se pensaban para hombres o para mujeres, para jóvenes o para adultos, hoy se hacen para personas de 18 a 21 que viven en tal sector de una ciudad, van a la universidad pública y vieron tales series en los últimos seis meses”, describe Juan Germano, director de Isonomía. “Por otra parte, con el acceso a redes y tecnología, la relación del ciudadano con el que está arriba es más horizontal. Los vínculos con los que son parecidos a uno son mucho más fuertes que con un líder. Por eso, lo que empieza a pesar más como influencia en el voto es el primer metro cuadrado de la vida de alguien: cómo percibe la cuadra de su casa, la luz pública, la escuela de su hijo, si cree que va a estar mejor.”
Emerge entonces la estrategia que parece salvadora: el político como hombre o mujer común, explotado en primer lugar por Pro y luego por Cambiemos: los nombres de pila, los timbreos, las charlas con los vecinos en sus casas, y que hoy atraviesa, con diferencias de tono, todo el campo político. “El eje hoy es entre lejanía y cercanía. La competencia de los espacios políticos se da en manejar esa dialéctica. Eso, por otra parte, es central a la constitución del liderazgo populista, que se construye entre ser uno más y ser una figura carismática excepcional -apunta María Esperanza Casullo, politóloga y profesora en la Universidad Nacional de Río Negro-. Esto se ve muy claro en la figura de Cristina Kirchner, pero también en Cambiemos. Cristina hace subir gente al escenario pero habla ella, y en la campaña de 2015 de Cambiemos también se vio una construcción aspiracional de la lejanía: soy rico, soy flaco, descanso en estancias, me voy de vacaciones al Sur, vos podés llegar a ser como nosotros.”
¿Hay algo de desvalorización en poner al ciudadano en el centro de la escena mientras se lo caracteriza como alguien que vive en las redes sociales, persigue sólo sus intereses inmediatos y no quiere distraerse con ideas y discusiones más complejas? Dejar de hablar de “pueblo” no despolitiza el asunto: la política vuelve por otros medios. Sobrevive en las sobremesas de un país en el que la discusión sobre el país es transclase y particularmente intensa, y en las prácticas políticas “clásicas” que no se modifican, o lo hacen poco, aunque se renueve el discurso sobre ellas.
“La ?gente’ está compuesta de yo y de vos, y la política tiene que responder a sus demandas, que pasan a ser por definición todas legítimas, pero también imposibles de ser respondidas en su totalidad. El pueblo demanda, la ciudadanía exige”, dice Tonelli.
Internautas ciudadanos
“Cuando los políticos publican en las redes, no sólo convocan a un sujeto desinteresado de la política que vive según su interés individual y se saca selfies para mostrar dónde estuvo. También convocan a sujetos que tienen capacidad de articulación a través de las redes sociales y en la interacción permanente con los discursos de los medios. Esos internautas producen discursos que alcanzan el espacio público y conforman grupos, se articulan y entran en interacción con los medios masivos”, describe Ana Slimovich, doctora en Ciencias Sociales (UBA) y becaria posdoctoral del Conicet en el Instituto Gino Germani de la UBA. “En tiempos de campaña los políticos interpelan ciudadanos, pero hay variaciones: el ciudadano puede ser un sujeto con derechos más amplios que el voto: al paro, al gremio, a movilizarse por despidos -la tendencia en los discursos de Cristina Kirchner- o puede ser sólo un elector: seguidor, opositor o indeciso, como es la tendencia en los discursos de Macri.”
Aumentos en las tarifas, violencia de género, educación, reclamos a la Justicia, el 2×1 en los juicios a represores: son ejemplos de demandas recientes, que tuvieron su expresión en las redes y en las calles, vinculadas de maneras distintas con sectores y partidos políticos, y que en muchos casos agruparon a personas de inclinaciones ideológicas diferentes.
A muchos los unía uno de los adhesivos más eficaces, si bien de efecto volátil: “Hoy hay muchos ciudadanos a quienes los define la frustración. En todos los partidos o espacios hay fanáticos -adherentes que además promocionan su adhesión- y convencidos -que no todo el tiempo están militando sus ideas-. Los que quedan afuera son los frustrados: con este gobierno, con el anterior, con la Justicia, con los bancos, con los sindicatos, con los medios -dice Germano-. No son apolíticos, pero tienen un vínculo distinto con la política: un dirigente de pronto les genera algo de ilusión, pero eso puede abandonarse rápidamente. Tenemos una democracia de momentos.”
O lo que el politólogo Isidoro Cheresky llama una “democracia continua”: los ciudadanos ceden su soberanía cuando votan, pero esa delegación es parcial y transitoria. La legitimidad en el ejercicio del poder se pone en juego permanentemente y los líderes “pueden decaer rápidamente en su capacidad de gobierno”. Quizás esa volatilidad de lealtades explique que los políticos puedan desdecirse o negar lo que sostuvieron hace poco con tanta facilidad. Es, también, una democracia de memoria corta.
“Los discursos de los políticos en las redes no son iguales a los que producen en la televisión o la prensa gráfica pero no necesariamente son ?peores’, menos aptos para el debate o con menos argumentación -dice Slimovich-. Son discursos breves que se apoyan en la convergencia de medios. La argumentación puede estar condensada en Twitter y tener como prueba un enlace a video en Facebook, donde además se pueden apropiar de una nota en la prensa gráfica a través de un video editado para imponer el punto de vista del político. El momento anterior en la historia de la mediatización de la política, el de la TV, se tiende a idealizar.”
“Ser ?gentista’ no implica fatalmente la ausencia de ideas, o de propuestas, o de cambio -completa Tonelli-. Pro no inventó nada, se acaballa muy profesionalmente en tendencias bien desarrolladas en otras latitudes y las adapta al caso vernáculo. ¿O acaso no tiene una inserción muy importante en las villas porteñas? Un pionero de la política gentista y que paradójicamente perdió al ?haberse convertido en otra cosa’ fue Daniel Scioli. Por otra parte, ¿quién puede negar que Cambiemos hace política?”
Dicho esto, la otra cara de la moneda: haber olvidado el pueblo en algún lugar del pasado también tiene sus riesgos. Uno, señala Casullo, es “la construcción de relaciones que puede ser muy precarias y muy transaccionales: ‘votame y pongo en la cárcel a los kirchneristas’. ¿Y si no podés hacerlo? Son apelaciones que en general dependen del logro de ciertas respuestas en un tiempo muy corto. Si eras radical, podías perder una elección y seguir siéndolo.”
Andando por estas ideas se llega a la pregunta por las expectativas de los ciudadanos en quienes, aunque sea por un rato, los representan. “Representar no es hacer lo que te piden. El problema con hacer política con el algoritmo y auscultar la sociedad es que la política deja de crear y sólo pone un espejo delante de la sociedad. La política ofrece el producto que la sociedad demanda y nadie sale de su nicho -dice Pablo Touzón, politólogo y editor de la revista Panamá-. Está bien: la política heroica murió, pero cuando lo convertís en una persona normal tirás todo lo bueno que el héroe tiene. De esa medianía procesada por un algoritmo no salen estadistas. Además, auscultar la sociedad puede no funcionar. Las respuestas suelen ser contradictorias: la gente quiere que no haya piquetes y que no haya represión violenta, por ejemplo.”
Sin la mediación de los partidos políticos organizando demandas y dándoles un sentido más o menos perdurable, la sociedad pone frente a la política un reclamo en singular. Como escribe Rosanvallon, para un ciudadano “no ser representado es ser un invisible en la esfera pública”.
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